México es un país cargado de culpas. Ajenas y propias. Individuales y colectivas. Conscientes e inconscientes. Religiosas y laicas. Nos educaron para sentir culpa de todo: por lo que hicimos y por lo que dejamos de hacer; por lo que pensamos y por lo que nos hacen pensar; por lo que se pudo y por lo que no se pudo.
Y las culpas del pasado proyectan miedo al futuro. Y nos ausentan del presente.
El miedo que vivimos en México es resultado de las culpas que cargamos del pasado. La cruz que nos tocó vivir, dirían las voces más conservadoras. Aquellas que sostienen que la vida es para sufrir. Y que la paz sólo se puede obtener después de la muerte, siempre y cuando uno se haya portado bien en vida. Y portarse bien es obedecer al pie de la letra las órdenes del miedo disfrazado de razón institucional.
La moral del miedo es dogmática y conservadora, desde hace siglos.
Vivir sosteniendo una buena carga de culpas era ser buen hijo, buen cristiano y buen mexicano. Era que por fortuna finaliza ahora en estos tiempos.
Así crecimos la mayoría. Y así piensa el imaginario colectivo que proyecta la televisión y escribe los discursos de los políticos y habla desde el púlpito de las iglesias. México es más grande que sus problemas: es la frase que decreta como eternos los sufrimientos del país. Y de alguna manera, entre todos hemos sostenido este pensamiento con nuestras quejas y nuestro pesimismo crónico. Piensa mal y acertarás: otra frase guillotina que nos mantiene postrados de miedo e impotencia ante lo negativo. Ante el mal y la desgracia. Ante la miseria y la pobreza. Ante la inseguridad y la violencia. Ante la corrupción y la impunidad. Ante el diablo mismo que habita entre nosotros. Y por ello desconfiamos de todo y de cada uno, lo que nos impide trabajar en equipo, como un cuerpo colectivo.
Sentir culpa, ser víctima, es señalar como culpables de mis males a los demás.
Crecí en una familia conservadora, católica. Estudié con los Hermanos Maristas. He vivido el peso de la culpa en carne propia. Y gracias a este andar he comprendido que en este punto de quiebre histórico, las culpas colectivas pueden ser el mejor aliado de nosotros. Porque en realidad, las culpas son cargas de luz apagadas, en negativo.
Hay que encenderlas, uniendo el lado positivo a la visión negativa para que se revele la luz de la verdad 360 grados.
Todo es una polaridad, los opuestos son complementarios, no contrarios: hombre y mujer, sol y luna, día y noche, luz y oscuridad, positivo y negativo, izquierda y derecha. Cuando logramos unir las polaridades, la luz se enciende y nos revela el para qué del camino. Dejar de juzgar los hechos como cosas buenas o malas y aceptarlos como son: hechos de verdad.
La realidad no es lo que juzgamos de ella, sino lo que es. La verdad es un contraste de luz encendida por la unión de los opuestos.
Desde esta perspectiva, México está en plena labor de parto. Está naciendo entre nosotros una consciencia colectiva que no es nacional, sino planetaria. Es por ello que el viejo sistema de la dualidad está en crisis terminal, tiene que colapsar al tiempo que florece el reino natural del todos somos uno.
Las contracciones del miedo, la violencia de los espasmos, la sangre y la incertidumbre son los síntomas últimos del inminente parto de luz.
¿Por qué en México? Porque es un país cargado de culpas históricas, con una resistencia única y con una fe inquebrantable. A pesar de todos los pesares, aquí estamos. Hay que recordar que la luz se hace en base a resistencia. Cuando nos perdonamos, nos descargamos de culpas y encendemos la luz acumulada en nuestras resistencias.
Y el perdón, además, ayuda a descargar culpas ajenas. El perdón dado a regañadientes por la razón oficial en Chapultepec, es el inicio del perdón colectivo.
Aplaudo la valentía tanto del presidente por encarar como la del poeta por exhibir. Cada quien en sus posiciones: un presidente agotado de no poder frente a un poeta fortalecido de dolor. Razones gastadas frente a latidos vitales. Ambos cumpliendo al pie de la letra su misión histórica.
La nueva luz naciendo de las cenizas de las culpas que mueren.
El perdón es una fuerza que se nos otorga cuando entregamos nuestras culpas al universo a cambio de luz propia. Un abrazo colectivo enciende de luz las culpas que nos han enfrentado a los unos contra los otros. Es el inicio de la era de la unidad. El perdón nos libera y nos hace responsables.
Ser artesanos de la vida es aceptar la luz de la creación en nuestras manos.
Y así, la serpiente del juicio final se transmuta en águila real, principio de libertad. La profecía ancestral se cumple y la serpiente emplumada eleva su vuelo. Renace la luz del corazón que nos abraza a todos porque somos uno.
Caminar con los brazos abiertos, en señal de perdón, es entregarnos al abrazo del presente divino.
yo_lo_creo_
--- por Santiago Pando @SantiagoPando
Excelente post
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