Tengo la imperante necesidad de hablar con los desconocidos. No me pregunten por qué pero me entusiasma sobremanera conocer la vida, las historias, las anécdotas de gente que ni conozco. En todo momento y lugar pareciera que me "brincan encima" las oportunidades para acercarme a alguien y comenzar a charlar sin más ni más. En este pasatiempo me encuentro con personas interesantísimas y, por sorprendente que parezca, casi todas estas interacciones me han dejado algo enriquecedor, algo que ha contribuido de una u otra manera a mi vida. El encuentro que les relataré es particularmente especial.
Me encontraba caminando por una de las calles de la ciudad de México que está muy cerca de mi casa por lo que la he recorrido más de treinta veces. Hacía algunas semanas que no pasaba por ahí, y me llamó la atención un restaurante nuevo de comida oaxaqueña (para quienes no lo sepan ésta es una de las comidas más ricas de mi país) así que me detuve a ver el menú. Una vez que terminé de revisar la deliciosa variedad de platillos levanté la mirada y mis ojos se toparon con los de ella. Irene estaba detrás del mostrador de la tiendita de artesanías oaxaqueñas colocada a un lado del restaurante. Como es mi costumbre sin vergüenza alguna entré a la tienda y, con la confianza que su sonrisa me brindó, comencé a platicar con ella. Qué poquito sabía del impacto que este encuentro tendría en mi.
Escribir sobre Irene comprende la labor de resumir en una mil y un historias. Todas y cada una de ellas son perlas de sabiduría, por lo que vale la pena comenzar a contarlas una a una.
Irene es una indígena zapoteca de la Sierra de Oaxaca (México). Es una mujer empresaria, madre de una pequeña de 11 años, que se abre paso día a día en la ciudad más grande del mundo. Hoy, Irene no sólo cuenta con la responsabilidad de sacar adelante tanto a su niña como a su negocio, la tienda de artesanías oaxaqueñas, sino que además se da a la labor de apoyar a diversos grupos de mujeres indígenas de la sierra. Pero no todo fue siempre así.
Irene llegó a la Ciudad de México a los 12 años. Estaba descalza, no hablaba español y lo único que tenía era una caja de cartón atada con mecate a la cintura donde guardaba sus pocas pertenencias. Llegó a casa de un adinerado español quien le permitió vivir ahí y recibir educación académica básica. Con dicha familia Irene aprendió el idioma español, a leer y escribir y por lo tanto los recuerda con profunda gratitud y cariño. Como la gran mayoría de las mujeres latinoamericanas, tenía la ilusión de encontrar y experimentar el amor de pareja, un hombre con quien compartiría su vida, sus sueños y logros. A los 25 años parecía que lo había encontrado: un hombre poco mayor que ella que la hacía sentir especial, que la quería o por lo menos eso era lo que ella pensaba. Se enamoraron y finalmente se casaron. Poco duró la felicidad, desde el primer día el marido (cuyo nombre Irene omitió) la agredió. Primero fue de manera verbal, utilizando palabras altisonantes y denigrantes. Posteriormente el maltrato pasó de la grosería a la brutalidad física: empujones, apretones que le dejaban moretones en brazos, muñecas y piernas, golpes con la mano abierta y cerrada día tras día tras día. Debido a dicha agresión Irene no permitía, con justa razón, ningún tipo de acercamiento íntimo. Fue ahí que comenzaron las violaciones por parte de su marido. Como ella misma lo expresa "a su lado todo era a la fuerza".
El problema no quedó sólo ahí. Su entonces pareja, presa de las adicciones, sus propias frustraciones y la ignorancia, generó tal desequilibrio en la familia que ésta comenzó a afectar a su hija. Irene cuenta con tristeza y dolor cómo la pequeña se refugiaba en su cama, con la carita y los ojos tristes, tratando de mantenerse aislada de tanta violencia. No fue hasta que la niña comenzó a mostrar signos de amargura que Irene comprendió que los golpes que ella recibía no los recibía por sí sola. Un día cuando su hija tenía 6 años el papá también agredió a la pequeña. En ese momento, vio con desesperación que tenía que hacer algo para proteger a su nena y acabar de una vez por todas con esa terrible situación.
Buscó ayuda en un organismo gubernamental (INMUJERES) y la encontró en una psicóloga que, en palabras de Irene, la hizo despertar. "Tú no eres una mujer de decisiones" le dijo. "Todo lo que te está ocurriendo se responde con una sola pregunta ¿qué quieres para tu vida? ¿Qué es lo que quieres para tu hija? Respóndete a ti misma ¿qué quieres? En la respuesta encontrarás la solución a tus problemas. Si tú no quieres seguir viviendo así, toma la decisión de terminar con esta relación y hacer que tu vida florezca y sea tal como quieres que sea." Parecería que la respuesta vendría de la mano con la solución, sin embargo Irene relata cómo tuvo que vencer antes que a su marido al enemigo más grande de todos: EL MIEDO. El miedo a lo desconocido, al prejuicio y al juicio de los demás, el profundo temor al fracaso y a la soledad. Ese miedo que paraliza, que acorrala el alma y con ella al cuerpo y nos ata a vivir situaciones y experiencias más allá de lo sano y lo coherente. Sin embargo, fue el amor propio, la dignidad, el amor y la responsabilidad con su hija lo que le hicieron dar ese primer gran paso.
Como ella lo relata, no fue una labor sencilla y vencer el miedo no fue lo más difícil. No sólo tuvo que abandonar el departamento que habían comprado en conjunto para comenzar a rentar; se quedó sin automóvil, sin ahorros, sin lujo alguno. Tuvo que atravesar por una terrible depresión, de la cuál poco entendía y que aun con ayuda profesional recuerda como una pesadilla. Sin embargo, lo que para ella fue la labor más compleja fue la de PERDONAR. Primero y antes que a nadie, a sí misma por haberse permitido vivir durante tantos años el abuso por parte de su pareja. Para Irene comprender su propia responsabilidad en todo lo acontecido fue devastador y a la vez liberador. Tuvo que hacer uso de todo su corazón y valentía para reconocer que había estado dormida durante los años que su exmarido abusó de ella. Y lo que fuera perturbador en un principio se convirtió en un acto liberador que le permitió reencontrarse consigo misma y rehacer su vida, tal como ella la quería.
Hoy por hoy, Irene se enfrenta a los retos con entusiasmo y, ¿por qué no decirlo?, con cierto orgullo. Ella es una mujer digna, fuerte, valiosa y valiente. Su meta más grande es darle a su pequeña hija educación amorosa y coherente para convertirla en un ser humano de bien y en quien se pueda confiar. En sus hermosos ojos cafés no hay rastros de amargura, miedo, dolor o autocompasión. "Somos portadoras de amor" me dice refiriéndose a las mujeres "y como tales, contamos con inagotable capacidad de crear un mejor futuro para los pequeños. Esa es nuestra principal responsabilidad."
Irene desea compartir su historia con el sueño de que las mujeres DESPERTEMOS. Despertemos al ilimitado potencial de nuestras propias vidas. ¿Cómo? Haciéndonos responsables por lo que ocurre en ellas.
Esta es una de las tantas perlas de sabiduría que Irene tiene para compartirnos, tan sólo una.
--- por Ana Patricia Castañeda García @GranComandante @estrogeno3
Anitachula... Una vez más, muchas gracias por esta gran historia. Soy fan de Irene y benditas mujeres como ellas. ¡Más Irenes inspiradoras por piedad!
ReplyDeleteHarto abrazo&beso.