Lección 5
El Panista reapareció en mi celular el sábado y luego el domingo. El martes en la noche también apareció, pero no en el celular sino con una “chica” en un café del barrio. En la mesa de junto (sí, la mesa de junto) había cuatro personas sentadas: dos mujeres y un hombre de 30… y el Panista, a quien por lo que pude leer en su lenguaje corporal, le habían arreglado una cita a ciegas. Claro que éstas solamente son mis conjeturas, porque nunca me paré a preguntarles “¿Disculpen, ustedes ya se conocían o los acaban de presentar?”
Tal vez el encuentro fue coordinado por algún oráculo extraño para que el Tío Gus acabara de reprobarme en mis lecciones pasadas: “Yo no soy un vulgar consejero sentimental – me escribió – como amigo ya te dije cómo piensa el hombre… El [Panista es un] güey, [que] sin saberlo sigue mi consejo. El apunta a un Plan B y lo cuida y lo riega… TÚ ERES SU PLAN B. Usa este ejemplo triste y doloroso para darte cuenta de lo que implica: es un tipo que no te interesa, que tal vez ni siquiera te divierte y de quien no te vas a enamorar en la ching… vida, pero no te da asco. Y que si no tienes otra cosa que hacer le vas a permitir que pague los alimentos y los tragos y el café y te lo vas a encamar solamente si tienes ganas y si él se esmera lo suficiente. Pero lo tratas bien para que no se escape (¡¡¡QUÉ ES LO QUE HACE ESTE TIPO CONTIGO!!!)”
Según el Tío Gus, es necesario contar con dos o tres Planes B para que te busquen y te alimenten el ego. Esto te permite estar en un lugar tranquilo y seguro para buscar tu Plan A. Además, creo yo, esto también impide que nos portemos como aves de rapiña.
El Tío Gus me explica –ya un poco más sereno- que siendo yo el Plan B del Panista, el seguirá llamando para confirmar que todavía estoy a su disposición y/o cuando no tiene nada que hacer. Claro que cada vez que llama, pienso que ya cambió de opinión y he conseguido pasar a ser su Plan A. Mientras tanto, el Panista sigue buscando codornices. Es evidente que prefiere andar dando de bandazos con un indefinido número de mujeres a estar conmigo, pero mientras yo se lo permita, seguirá llamándome para alimentar su narcisismo.
Un buen ejemplo de los efectivos resultados que pueden conseguirse con la técnica del Tío Gus me lo dio mi amiga la Huera. La Huera anduvo dando de bandazos por un lapso de tiempo considerable con uno que otro caballero simpaticón que se encontraba por la vida. Los Planes B, C, D, etc. podían ser tanto el sujeto que conoció en nuestra cantina habitual y le pidió el teléfono, como un acostón con algún individuo del pasado a quien reencontraba en un reventón. Esto sucedía, claro, si la ocasión era propicia y el tío tirable, (porque hemos de reconocer que no todo lo que fue tirable ayer sigue siendo merecedor de nuestras camas hoy.)
Recientemente, la Huera conoció lo que pintaba como un Plan A. Esto es, un hombre con quien tuvo una excelente química de manera inmediata y que además, desde que la llamó por primera vez, le dedicó suficientes atenciones y energías como para sentirse apreciada y codiciada: invitaciones al cine, mensajes de texto, llamadas telefónicas y visitas excitantes a altas horas de la noche. El tipo además era bien parecido, soltero, interesante, ligero, divertido e inteligente. Y por si esto fuera poco, sus encuentros en la cama eran fogosos y muy, MUY satisfactorios (según la Huera.)
En términos del Tío Gus, ambos estaban entretejiendo juntos sus respectivos velos de subjetividad, o sea, la forma de percibir al otro cómo el ser más maravilloso de la tierra independientemente de sus chichis estiradas o su cigarro en la mano. Tristemente el tipo desapareció repentinamente; empezó a llamar con menos frecuencia hasta limitarse a enviar escuetos mensajes telefónicos, canceló citas y fue desvaneciéndose. La Huera estaba devastada. Como muchas de nosotras en muchas ocasiones, no entendía qué había sucedido ni por qué el tipo se había alejado. El ave de rapiña se apoderó de su ser y, como personaje de Sex and the City trasnochado, se preguntaba obsesivamente que habría sucedido con su plan A.
En algún momento, en el transcurso de esta desesperante situación, se cruzó por su camino uno de sus Planes B. El vecino de un amigo con quien había tenido un agradable encontronazo en el pasado. El vecino de su amigo tal vez no era el hombre de sus sueños pero al menos podría saciar su “sed” y levantar su ego herido y desmejorado. A este Plan B, poco a poco, se sumaron el C y el D. La clave estaba, por un lado, en no quedarse encerrada en casa regodeándose en sus heridas y, por el otro, saber aceptar una propuesta decente aunque no fuera LA propuesta. Y si bien el Plan A no funcionó y mi amiga no vivió feliz para siempre con él al igual que la Cenicienta, y si bien de vez en cuando aún lo extraña pensando que es un cabrón hijo de su tal por cual, ha podido divertirse, entretenerse y sentirse bien atendida con sus otros Planes. Bueno, al menos no se queda en casa deprimida los sábados por la noche.
--- Colaboración especial de Juanita Montalbán
Yo creo que está muy bien entender cómo funciona la mente masculina ¡me sorprendió que la Huera actuara igual! Las velitas prendidas (planes B,C,D,...) juegan de cierta forma con los sentimientos de las otras personas y no son muy honestos que digamos. Yo no estoy a favor ni en contra de ellos pero no me gustaría ser el plan "paralelo" de nadie por lo tanto no lo haría.
ReplyDelete¡Gracias Juanita por compartirnos tantos aprendizajes!
Creo yo que ese es el problema, muchas veces no tenemos la sangre fría para tener un plan B o C y mucho menos un D. Tal vez la estrategia para quienes no podemos hacerlo sea hacerles creer que sí tenemos esas alternativas. No sé, a mí me parece muy complicada la forma de ser de los hombres y a ellos se les hace complicada nuestra forma de pensar. ¿Los hombres son de marte y la mujeres de venus? Who knows!?
ReplyDeleteDe mientras... seguiré en la busqueda de un plan A.
Lo ideal es que mientras aparece el plan A se junten dos planes B y se la pasen increíble y nadie lastime a nadie. El problema es que muchas veces el arreglo no está claro para alguna de las partes. O, y se vale, los sentimientos cambian. La lección valiosa es que muchas veces queremos forzar a alguien a querernos como su plan A cuando ese alguien nos manda casi por escrito y con copia que esa no es su intención. Una clave vital es fijarse más en lo que él HACE que en lo que DICE. La respuesta está ahí.
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