Tuesday, January 17, 2012

Bitácora del blind date. Capítulo primero: De cómo aprender a decir que no


No cabe duda de que el blind date es un interesante experimento sociológico en el que se pueden analizar los comportamientos más bizarros de hombres y mujeres.

Mi experiencia en este campo es tan extensa que ya califico como una verdadera gurú en el tema. Durante años, he incursionado insistentemente en esta práctica y hoy, puedo compartir con ustedes algunos de mis aprendizajes en el complicado mundo de las interacciones con perfectos desconocidos.

Las anécdotas son tantas y tan variadas que tendré que abordarlas en varios capítulos, para brindarle a cada caso la atención que merece.

Los eventos que relato a continuación están basados en una historia real. Los nombres de los participantes han sido alterados para proteger su privacidad.

Remontemos ahora unos cuantos años atrás. Yo estaba leyendo tranquilamente en mi casa cuando me llamó mi amiga Malena, atribulada y nerviosa. Me comentó que alguna prima bien intencionada le organizó una cita a ciegas con un galán de galanes que, según todas las descripciones, era una mezcla entre Brad Pitt y Gandhi. Sin embargo, al no querer soportar la presión de un encuentro mano a mano con este solterazo codiciado, puso como condición que trajera a un amigo y ella me llevaría…a mi.

Ese, por ejemplo, hubiera sido un magnífico momento para decir que no. Desafortunadamente, no estaba en mi naturaleza hacer semejante grosería y después de sólo 2 o 3 horas de ruegos, accedí.

Big, BIG mistake.

Llegó la noche del no tan esperado evento. Tocan el timbre. Abro la puerta y esto es lo que veo:

Un chaparrito de ojos saltones y desorbitados, uno viendo hacia el norte y el otro apuntando hacia el sur, (como un camaleón en drogas), tratando infructuosamente de enfocarlos al mismo tiempo sobre mi cara.


Junto a él, una espiga larga larga (larga, larga, larga) blanca, blanca, (blanca, blanca…transparente) de la que sólo salía una protuberante nariz y un copete que debía servir como resguardo del sol en cualquier desierto. Sin saber cuál de los dos prospectos era el mío, titubee ligeramente, hasta que Igor (así le llamaremos) me dijo con gran educación:

“Hola Martha. Mucho gusto. Soy Igor Ibargüengoitia y tengo el placer, el honor, el privilegio de presentarte a mi gran amigo y compañero…..Ramsés”.

Entonces, Ramsés pronunció sus primeras palabras, arrastrándolas con seria dificultad mientras un hilito de baba escurría por la comisura de sus labios:

“Holaaaaa….soy Ramséssssssss…”.

No. No. No. Esto no está pasando. Este muchacho no parece gozar de sus facultades mentales y motoras al 100%. Que digo al 100%. No parece gozar de ellas….. PUNTO.

Respiré profundamente. Quizá sólo estaba nervioso. Me acerqué a la puerta del auto y lo escuché decir:

“Paaassssa”.

Antes de que pudiera entrar, Ramsés exclamó:

“Nooooooooooo….mejor passssooooo yooooo”.

Igor le propinó una patada en la espinilla y le recordó que primero las damas. Al entrar al coche, le dediqué a mi amiga una mirada plena de rencor y odio. Ella intentaba disculparse.

-“Perdón, Martha. Pero…. ¿estás de acuerdo que esta ni Nostradamus la vio venir? Mira, por lo menos nos van a llevar a un lugar caro”.

-“No quiero ir a un lugar caro. Quiero ir a un lugar oscuro donde nadie nos vea”.

Llegando al restaurante, Ramsés se desconectó del mundo exterior y comenzó a balancearse hacia adelante y hacia atrás, muy al estilo de Rainman. Igor, sin embargo, resultó ser bastante agradable y platicador. De pronto, llegó el cantante del lugar con su guitarra, para amenizar el ambiente. Ramsés lo estaba ignorando (como nos estaba ignorando a todos) hasta el desafortunado momento en que el cantante entonó las primeras coplas de la canción que Serrat hizo famosa: Penélope.

Ramsés volvió a la vida con un ímpetu arrollador. Intentaba aplaudir (con poco éxito en la empresa de coordinar el golpe de una palma de la mano con la otra, pero con mucha determinación y entusiasmo, la verdad sea dicha) y lanzaba estridentes alaridos al ritmo de la música:

“Peneeeeeeeeloppppeeeeeeeeeeeeee….con su bolsodepiellllllmarrónnnnnnnnn….y sus zapatos de tacónnnnnnnnnnn”.

Yo metí la cabeza dentro de mi plato de gazpacho y traté de desconectarme del mundo exterior, como Ramsés. Por desgracia, no lo logré.

Lo peor de esta historia no fue, sin embargo, lo atroz de la cita y de mi acompañante. Lo más terrible es que….¡VOLVÍ A SALIR CON ÉL!

En mi defensa, era una época en que no había llegado muy lejos en mi terapia psicoanalítica y se me dificultaba esto de decir que no. No encontraba la forma de decirle a Ramsés que NO teníamos el más mínimo futuro. No sabía cómo transmitirle que NO iba a ser la madre de sus hijos, que NO iba a limpiarle abnegadamente la baba que le escurría sin parar y que NO me gustaba su interpretación de “Penélope”.

Es verdad que el primer date con Ramsés sí fue blind. Pero no tengo excusa para los siguientes dos.

Mi consideración por los sentimientos de este chico se agotó a la tercera cita, en la que, incapaz de decirle que NO me gustaba y que prefería la extracción de todos mis dientes, sin anestesia, antes que volverlo a ver, le mentí.

Le dije que había vuelto con mi ex novio y que, como Penélope, lo había estado esperando siempre en la estación de mi corazón.

Ramsés no lo tomó muy bien. Después de algunas convulsiones, maldijo mi futuro romántico con una lucidez que no había mostrado antes y pidió la cuenta. Yo por mi parte bendije la hora en que me dejó en mi casa para nunca jamás volver.

Muchas horas y miles de pesos de terapia más tarde, aprendí a decir que no. Si lo hubiera hecho entonces, Ramsés no me hubiera lanzado esa maldición…y yo no tendría material de sobra para los siguientes capítulos de esta apasionante saga.

Hasta la siguiente entrega.