Wednesday, April 20, 2011

Pesadilla en la calle de la superación personal

No sé en qué momento me dejé convencer, pero ahí estaba yo, en medio de una multitud de personas que compartían el ardiente deseo de encontrarse a sí mismas en las siguientes 48 horas.

Nuestro moderador, experto en terapia gestalt y un verdadero hijodelagranputaquelovionacer, nos saludó y nos dio la bienvenida al taller vivencial “El Nuevo Horizonte”, tan profundo y efectivo que equivalía a meter 2 años de psicoanálisis en un intenso pero fructífero fin de semana.

Nada más para empezar, nos hizo contestar una hojita con varias preguntas de opción múltiple, bastante sencillas. Tenía algunas como “¿Qué tanto le importa lo que digan los demás de usted?

A.Muchísimo
B. Mucho
C. Algo
D. Poco
E. Me vale madres”.

Por supuesto que muchísimo. Ni que fuera una de palo. Como si no fuera yo piscis. Claro que muchísimo, respondía yo, confiando en que mi honestidad y total transparencia me llevarían muy pronto a cruzar la línea del ansiado horizonte hacia la autoestima total.

Entregamos diligentemente nuestras hojitas y para mi sorpresa, el moderador preguntó:

“¿Quién demonios es Martha Soler?”.

(Pausa para efectos dramáticos).

¡Demonios, dijo demonios! Quizá hubiera pensado que me quería felicitar por mis respuestas, tan acertadas como introspectivas, si no hubiera sido por el “demonios”. ¿Por qué demonios dijo demonios? ¿Qué demonios estaba mal con mis respuestas? Si se trataba de subir mi autoestima, esto no estaba funcionando.

Timidamente, contesté “¿Pooooorrrr?”.

“Qué barbaridad”, replicó él. En mis 35 años dando este taller nunca me había encontrado con un caso tan patético como el tuyo.

Miré a mi alrededor. Junto a mi se mecía repetitivamente una mujer que se abrazaba casi hasta alcanzar la posición fetal. También estaba un hombre tratando de hacer que su amigo imaginario guardara silencio, un piloto de avión que estaba a unos instantes de copular apasionadamente con su mujer, una jovencita que se arrancaba metódicamente las pocas pestañas que le quedaban, un emo que se cortaba con una navaja suiza y una señora que directamente se sacaba los mocos enfrente de todos.

Me animé a defenderme. “¿No será que mis compañeros no contestaron el cuestionario con entera claridad mental? Digo, porque mucho más normales que yo no se ven”.

Mi terapeuta y yo empezamos con el pie izquierdo, hundido en una enorme pila de estiércol…sin zapato. Y ya ni hablar de mis compañeros, que injustamente se sintieron ofendidos cuando sin afán de herir suceptibilidades puntualicé algo que resultaba obvio:
Everybody had flown over the cuckoo´s nest.

Inmediatamente empezaron las actividades. Primero, nos entregamos a la tarea de golpear fuertemente una almohada mientras proferíamos maldiciones contra todos aquellos que nos habían hecho daño en el pasado. Yo, que soy bastante tranquila, encontré algo difícil la labor de dejarme llevar por la violencia y no pude sacarle ni una pluma al cojín, como los demás (sobre todo el emo, que usó su navaja suiza).
El moderador no perdió oportunidad de hacer notar que así no iba yo a lograr la liberación del rencor correspondiente.

“Vamos, con fuerza. Pégale, saca el coraje, esas parecen caricias pusilánimes, más que golpes”.

Otra vez, tímidamente, comenté:

“¿Pero y la almohada qué culpa tiene? Mire nada más el reguero de plumas que ya se hizo. Y by the way, la Sra. González se está comiendo la funda”.

Otro evento interesante fue el siguiente:

Se trataba de mostrar nuestra resistencia, siguiendo al pie de la letra todas las órdenes que nos diera el moderador (hijodelagranputaquelovionacer). Obviamente, nerd como siempre he sido, quise demostrar lo aplicada que puedo ponerme en la realización de una tarea grupal. Las instrucciones giraban en torno a arrastrarse por el piso, salir y correr 10 vueltas alrededor de la cuadra, brincar por la ventana, pintarte la cara con un plumón indeleble, etc.

Poco a poco, mis compañeritos fueron abortando la misión, menos por supuesto, yours truly. Orgullosísima seguía las instrucciones cuál borrego incansable, segura de ganar ese reto.

Ya agotado, el cabrón del moderador me vio con una mezcla de desagrado y lástima y me dijo:

“Siéntate, Soler. Una vez más, patética sin límites. Este ejercicio se trata de hacernos ver que seguir órdenes sin cuestionar a la autoridad es totalmente imbécil”.

Coño. Era un ejercicio capcioso. Mi voluntad y resistencia no solo no fue agradecida, sino que volvió a dar ocasión para mi humillación y flagelo público.

Para no hacerles el cuento demasiado largo, pasamos por gran cantidad de técnicas, desde las afirmaciónes, el cambio del debo al quiero, el abrazo grupal, la meditación y los cantos, el ejercicio de mirarnos al espejo, la visualización creativa y la adopción del nuevo mantra : Me siento mejor, mejor, y cada vez MEJOR (gritado in crescendo, muy importante).

Llegó un momento en el que el único horizonte que yo quería ver era el fin del fin de semana. ¿Pero saben por qué me di cuenta de que este intenso taller viviencial funcionó?

Porque al final de las 48 horas dejó de importarme lo que pensara
la mujer que se abrazaba casi hasta alcanzar la posición fetal, el hombre con todo y su amigo imaginario, el piloto de avión que que nunca abandonó el intento de copular apasionadamente con su mujer, su mujer, la jovencita a la que ya habíamos apodado la ”sin pestañas”, el emo ensangrentado, la señora de los mocos, pero sobre todo, sobre todo, dejó de importarme la opinión del HIJODELAGRANPUTAQUELOVIONACER.
Realmente, creo que es un genio.

No se pierdan la continuación de este melodrama (sí, esta historia tiene secuelas) la próxima semana. Se llamará “¿Cómo hacer aterrizar al piloto o corre por tu vida”.


--- por Martha Soler @cholechita @estrogeno3

Thursday, April 14, 2011

Mi amor

El blog de Estrógeno3 nació "compartiendo". En el ánimo de una charla entre amigas mientras bebíamos, comíamos, abríamos nuestros corazones y ventilábamos experiencias y sentimientos, surgió la idea de crear un espacio donde pudiéramos hacer lo mismo entre nosotras y otras personas. ¿La razón? Porque creemos que al compartir nuestras experiencias automáticamente estamos abriendo nuestros corazones a los demás, mostrándonos tal como somos: vulnerables y sensibles ante la cotidianidad y la desconcertante falta de control sobre nuestras vidas. Pero es en el compartir donde estiramos los brazos hasta alcanzar las manos de otros, para tocarnos y entrelazar el yo con el todos. Es ahí donde la calidez y la generosidad se encuentran para transformarnos por dentro y por fuera.
Estos últimos meses nuestro sueño ha comenzado a ver frutos pues hemos recibido de nuestros mismos lectores (ahora amigos) y de nuestros amigos (ahora lectores) varias contribuciones para este espacio. Este no es el primero de ellos pero sí uno de los más conmovedores por lo que agradecemos a su autora el que nos comparta a todos este escrito. Por solicitud de la misma se ha posteado de manera anónima, lo cuál no lo hace menos hermoso. Esperamos les guste.

Noviembre, 2003

Cuento infantil.

Mi amor, así tal cual, amor mío. Te me metiste al cuerpo al alba en la calle de Alba y te fuiste a medio día en Carracci, irónico, es el nombre de un pintor que no me gusta.

Y te cuento como si fuera un cuento para dormir, de esos que jamás leo porque aquí entre tú y yo, no soy una mamá ejemplar como dirían otras, las que sí lo son.

Sentí que te me escapabas desde el primer día, ¿qué le va hacer uno cuándo alguien no se quiere quedar? Nada, te lo digo yo, no se puede obligar ni mandar en cabeza ajena. Pero de verdad ya era muy feliz, convencida de continuar mi vida como era y hasta me enamoré de tu foto en blanco y negro, de tu figurita, tus manitas, la locomotora que oí en tu corazón. Y te imaginaba…

Es de noche y vacía está la casa que dejaré en dos semanas, por qué a un Lirio me voy, y te sigo contando para que te enteres como soy y que hago, o para que te des una brevísima idea: bajita, tenía el pelo muy largo y rizado, ya ves, una locura se me ocurrió y me lo corté hace tiempo, ahora es rojo, mañana no sé, pero en realidad es blanco. Tengo los pies grandes y las manos delgadas, “de pianista” dice mi padre, una nariz rarísima y la boca gordita, quienes me conocen muchas veces mencionan mis grandes ojos, pero yo no me la creo. Desde antes de acabar la Universidad y por necia, trabajo en un museo que es muy chiquito y está lleno de tesoros, tiene miles de pinturas y esculturas y grabados, y son del otro continente, tiene el nombre de un santo y está en uno de los lugares más peligrosos y tristes de tu ciudad. Pero ahora me quieren llevar a otro, más grande, y me cuentan que es más lindo. Viajo mucho, viajo muchísimo, tengo que parar un día, voy y vengo: de Londres a Argentina, de Monclova a Cleveland, de Madrid a Cuernavaca y así. Me río mucho, a lo estúpido y de todo, cuando estoy contenta, cuando estoy nerviosa, cuando quiero llorar, mejor me río, y a carcajadas hasta que duela la tripa. Si que soy enojona, y detestable y sapos y culebras me saltan de de la boca cuando en esas ando, suerte hubiera sido para ti ya que eso no suele ser muy a menudo. Tengo cosquillas por todo el cuerpo, como mal, y odio hacer ejercicio. Amo y me hace feliz leer y escribir, tomar fotos, oler la humedad, escuchar una y otra vez a Beethoven y Debussy y claro a “The Cure” y U2, estar en casa, bañarme, mirar a la gente, chismear, odio hablar por teléfono más de cinco minutos, me rebasa eso de ir al “super “y me vuelven loca los chocolates y la leche. Soy dormilona, soy friolenta y no puedo dejar de querer nunca.

¿Para qué coños te escribo estas cosas? Tú conoces partes de mí que yo, ni idea, sabes cómo soy por adentro, dicen que no somos rositas o rojos, que eso es por la sangre, dicen que somos amarillos como carne de pollos crudos, ¿es cierto? , no me vas a poder responder por que te fuiste, te me deshiciste como carne molida, como manchones de un linaje inexistente y sangre, a ramalazos, golpe sobre golpe en un mismo sitio, como soledad. ¡Ni un “adiós”!, uno se despide siempre, no te puedes levantar y largarte de la mesa así nomás, ¿no sabes que es de pésima educación?

Y si que me cabrea este asunto, porque la gente en los pueblos, las viejas, las mujeres sabias de la Hacienda, ellas hablan de que los niños escogen a sus mamás allá -donde dicen que está el cielo y el llamado dios-. Si es así, pues creo que no te gusté lo suficiente como para qué hicieras un esfuercito de tu parte y te agarraras bien fuerte a mi cuerpo, te desbarataste, y de paso a mí. Me rompiste el útero, la vagina, los pechos, el corazón y la cabeza. No, no llores, no te odio, sólo es que estoy muy enojada, pero ya se me pasa cariño.

Dios no les da alas a los alacranes, y hay otro dicho que reza que; a las mamás solo les dan dos manos, una para cada chamaco que llegue a su vida. (No sé cómo le hizo tu bisabuela con nueve, pero ya ni está para preguntarle), pero yo creo que a mí ese señor que pintan barbón me vio con ojos de; “mira ni le hagas que ni novecientas te van a alcanzar porque eres un desmadre en esto de la maternidad.”

Y sigo haciéndote este cuento infantil tantito más; no supe si eras un niño o una niña, pero que nombre tan bonito hubieras tenido: Rodrigo, Enrique, María, Ana. No miré como eras, ni de qué color tenías los ojos, las probabilidades eran muy altas de que fueran azules o verdes, o sea hubieras “bisabueleado”. Tu hermano te habría caído rete bien, y seguro te cuidaría y abrazaría y pelearía contigo, es que no sabes, pero así se le hace en las familias aunque estén rotas.

El chiste de todo esto es que solo te quería preguntar: ¿por qué no te quisiste quedar? No te voy a escribir palabras que te cuenten de lo hermoso que es este mundo y la vida, porque estás muerto, y a los muertos no se les platican cosas que les den envidia. Además, no me puedes responder, y así como en mil cosas, me voy a quedar con la absurda duda todos los años que me resten. Y hoy amor mío, ya muero de sueño, pero no te quiero decir adiós, o no puedo, ya será en otra noche fría o más templada que me siente a pensarte y amarte como hoy.

Tu mamá.


----- (Anónimo).